20 noviembre, 2025

Día de la Revolución Mexicana: el 20 de Noviembre que encendió la lucha por tierra y libertad

Ciudad de México. — Más de un siglo ha pasado desde que México se incendió en uno de los movimientos sociales y armados más profundos y complejos del continente. La Revolución Mexicana, iniciada el 20 de noviembre de 1910, no fue un solo levantamiento ni una sola causa: fue la suma de agravios acumulados durante décadas, el eco de millones de campesinos sin tierra, obreros explotados y ciudadanos sin derechos políticos.
Hoy, historiadores coinciden: la Revolución no solo tumbó a un dictador, Porfirio Díaz, sino que reconfiguró la nación desde sus cimientos.
Un país moderno… pero desigual
A comienzos del siglo XX, México mostraba dos rostros. Por un lado, el Porfiriato presumía ferrocarriles, inversión extranjera y crecimiento económico; por el otro, la tierra estaba concentrada en pocas manos: más del 80 % de los campesinos vivían bajo sistemas de peonaje, endeudados de por vida en haciendas que dominaban regiones enteras.
“Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”, decía Díaz, mientras permitía que empresas mineras y ferroviarias extranjeras se expandieran sin restricciones. Para 1910, la paciencia social estaba agotada.
El llamado al levantamiento
Francisco I. Madero, un empresario coahuilense convencido del sufragio efectivo, desafió a Díaz en las urnas. Tras ser encarcelado durante las elecciones presidenciales de 1910, huyó a Estados Unidos y redactó el Plan de San Luis, donde convocó al país a levantarse en armas el 20 de noviembre.
El estallido se dio principalmente en el norte y el sur. En Chihuahua emergió Francisco Villa, líder carismático de campesinos y vaqueros; en Morelos, Emiliano Zapata se alzó con el grito que sería bandera de miles: “Tierra y libertad”.
En mayo de 1911, tras una ola de derrotas militares, Porfirio Díaz renunció y se exilió en Francia. Por primera vez en décadas, México respiraba otro clima político.
El sueño roto: la Decena Trágica
La presidencia de Madero duró poco. Su afán democrático chocó con terratenientes, militares, empresas extranjeras e incluso viejos porfiristas. En febrero de 1913, un golpe de Estado sacudió la capital: la Decena Trágica. El general Victoriano Huerta asumió el poder tras la captura y asesinato de Madero y el vicepresidente Pino Suárez.
“Con Huerta volvió la dictadura, pero con uniforme militar”, coinciden los investigadores.
Constitucionalistas vs. convencionistas: la guerra entre revolucionarios
El asesinato de Madero avivó el fuego. Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila, desconoció a Huerta mediante el Plan de Guadalupe y reunió al Ejército Constitucionalista. A su lado marcharon Álvaro Obregón y los villistas y zapatistas, pero tras la derrota de Huerta en 1914 emergieron las diferencias.
En la famosa Convención de Aguascalientes, Villa y Zapata exigían una reforma agraria inmediata; Carranza defendía un cambio institucional más lento. El país se fragmentó de nuevo: el norte villista, el sur zapatista y el centro carrancista.
Los enfrentamientos marcaron algunos de los episodios militares más intensos del conflicto, como la Batalla de Celaya (1915), donde la táctica de Obregón detuvo al ejército de Villa y cambió el rumbo de la guerra.
1917: la Constitución que abrió una nueva era
Con el triunfo del constitucionalismo, Carranza convocó a un Congreso Constituyente que redactó la Constitución de 1917, una de las más avanzadas de su tiempo. Estableció:
derechos sociales para trabajadores,
restitución de tierras y ejidos,
educación pública, laica y gratuita,
el dominio de la nación sobre recursos naturales.
Esa Constitución —aún vigente— rescató parte del espíritu revolucionario, aunque muchos ideales quedaron inconclusos.
Las heridas y los legados
La Revolución dejó más de un millón de muertos, poblaciones devastadas y un país que tuvo que reconstruirse durante décadas. También moldeó al Estado moderno mexicano, a sus instituciones y al imaginario colectivo: Villa, Zapata, Madero, Carranza y Obregón se convirtieron en símbolos de lucha, justicia o poder, dependiendo de quién los cuente.
A más de cien años, la Revolución Mexicana sigue viva en murales, archivos y plazas públicas; pero, sobre todo, en el debate histórico sobre sus logros, contradicciones y deudas pendientes.